Herman Hesse escribió una vez que “cuando se teme a alguien es porque a ese alguien le hemos concedido algún poder sobre nosotros”. Pues bien, yo siempre he temido los blogs, porque siempre me ha parecido que ejercen un gran poder sobre las personas que los escriben. Dejan al descubierto sus reflexiones, muchas veces muy íntimas, y se convierten en una especie de escaparate contra el que todo el mundo puede tirar piedras. Si a esto le añadimos la gran cantidad de blogs que pululan por la red, la presión por conseguir algo digno de interés es más que evidente.

 

A la tierna edad de 16 años (ya sé que la adolescencia de tierna no tiene nada), tuve un encuentro con Pérez-Reverte y yo le transmití mi deseo de ser periodista y mi pasión por escribir. También le comenté que incluso estaba haciendo algunos bocetos de pequeños relatos. Y él me dijo: “Cuando empieces a trabajar como periodista, te darás cuenta que no tienes ni idea de nada y que no tendrás nada que transmitir al mundo, porque será el mundo el que no hará nada más que transmitirte cosas a ti. Hasta que llegue el momento en que seas de capaz de asimilar toda esa realidad, no podrás empezar a escribir un libro en que cuentes algo interesante al mundo, y para eso aún te quedan muchos años”.

 

Y en esas estoy, con la sensación de no tener ni idea de nada y de no tener, por tanto,  derecho a aleccionar a nadie sobre nada. Por ello, mi intención en este blog no es hacer un sesudo análisis de la actualidad, aunque tampoco contar mi vida, porque eso sí que no le interesa a nadie, sino intentar contar esas pequeñas historias con las que me encuentro cada día y que creo que deben ver el mundo. Y qué mejor manera que hacerlo a través de un blog (y de mi carnet de prensa, por supuesto, porque sin él casi no me dejan salir ni de mi casa). En fin, he resistido mucho, pero al final caí.