El escritor granadino Francisco Ayala cumple hoy 103 años.  Más de un siglo en los que ha vivido tres regímenes políticos en España, varios exilios, dos Guerras Mundiales, infinitas crisis … Algo de lo que yo difícilmente podré  alardear algún día. Sin embargo,  lo que honra Ayala no es que sea un testimonio vivo del último siglo, sino que él ha moldeado ese siglo, nos ha dejado (y nos sigue dejando) su huella.

Sorprende ver la lucidez con la que aún realiza sus comentarios, haciendo parecer a los más jóvenes como los seniles por no tener su verborrea. Y por no tener, sobre todo, su impertinencia, esa impertinencia que según él ha perdido el mundo, y dentro de ese mundo, especialmente, los periodistas.

Yo me pregunto si alguna vez fui impertinente. Probablemente mucho de los que me conozcan dirán que de vez en cuando soy hasta coñazo. Pero en la actualidad, ser un periodista impertinente (en el buen sentido de la palabra) es una tarea harto difícil. Cierto es que la red ayuda bastante, pero los jefes ya empiezan a involucrarse incluso en lo que escribes en algo tan personal como tu propio blog. ¿Cómo vamos a hacer nuestro trabajo con dignidad si no hacen más que cerrarnos la boca?

Francamente, creo que la sociedad debería replantearse cuál es la función del periodista. ¿Estamos aquí para reproducir la rueda de prensa de tal político o contar cuántos goles ha metido tal futbolista en un partido? No, estamos aquí para tocar las narices, para hacer pensar a la gente, para que entiendan qué es lo que pasa a su alrededor. El periodista no tiene que ser objetivo, tiene que ser honesto, ya que reproducir hechos sin interpretarlos no tiene ningún sentido. Y como todo en la vida, la objetividad se alcanza escuchando las diferentes versiones de los hechos, como si todo lo que hiciéramos se sometiera a una especie de proceso judicial.

Así que a partir de ahora voy a seguir la senda de Francisco Ayala y voy a empezar a ser, cada día, un poco más impertinente. Gracias Francisco y muchas felicidades.

Foto: Efe